Se acerca la época en la que, antaño, en cada pueblo de la comarca los vecinos se unían para llevar a cabo la tradición de la siega. En plena época de calor, a partir de las 5 de la mañana los campos se llenaban de xente, carros y mulas preparados para iniciar una de las actividades que iban a permitir alimentarse el resto del año.
La tradición de la siega
Con sombreros para intentar paliar el calor, jóvenes y mayores; mujeres y hombres se unían para cortar el trigo o centeno. Cada uno tenía su función: los hombres con la hoz cortaban la hierba y las mujeres tomaban el trabajo de las “espigueras” recogiendo las espigas que se iban quedando en el suelo tras el corte de esta. Todo con el fin de recoger la mayor cantidad de fruto.
Una vez cortada y recogida se trasladaba a una “era” donde se extendía para proceder a “mallarla”. Este paso consistía en utilizar un mallo, que era una herramienta con mango largo y cabeza plana y alargada, para golpear la paja haciendo que el grano de trigo o de centeno se desprendieran de las espigas. Una vez recogido, quedaba prepararlos para moler en los tradicionales molinos que cada localidad tenía para luego proceder a su amasado para fabricar pan.
Su carácter festivo
Mientras toda esta actividad se realizaba, el canto y el vino eran un elemento común en todas las zonas para amenizar la labor. Entre surco y surco, los segadores se iban contestando melódicamente con canciones típicas y, entre canto y canto, un sorbo a la bota de vino hacía paliar el calor que el trabajador estaba sufriendo.
En la zona de Ancares uno de los tradicionales cantos era este que nos cuentan Aurora Abella y su hermana Severina, propias de Pererda de Ancares:
Trigo siega la niña, ay,
trigo segaba,
y en cada manadita, ay,
suspiros daba.
A segar pan al Bierzo, ay,
van mis amores,
quiera Dios que no caigan, ay,
muchas calores.
A segar pan al Bierzo, ay,
van mis suspiros
como el camino es largo, ay,
van extendidos.